Génesis de las desgracias y sufrimientos de Nuestra América
Las desgracias de nuestros pueblos, a gran escala, se iniciaron con la conquista y colonización del Nuevo Mundo, al que los indios kunas de Panamá llaman Abia Yala que significa Tierra Madura, Tierra Madre grande, Tierra de sangre, rechazando el nombre América Latina por ser de origen colonial [1]. El proceso de despojo y sometimiento que ello encerró desde un inicio, convirtió a los aborígenes en indios, es decir, en esclavos o siervos a los que se les negó rotundamente su libertad, bienes, cultura, creencias y lengua. La añoranza por su pasado y, al mismo tiempo, la queja amarga por las desdichas que ese orden foráneo provocaba en ellos se reflejó en las páginas del Libro de Chilam Balam de Chumayel de fines del siglo XVII: “No había entonces enfermedad; no había dolor de huesos; no había fiebre para ellos; no había viruelas; no había ardor de pecho; no había dolor de vientre; no había consunción… No fue así lo que hicieron los extranjeros cuando llegaron aquí” [2].
Los tres siglos que duró el dominio colonial sobre nuestro continente no hicieron más que alimentar la negación de esos seres que, hasta para hacerse la guerra, descartaban la perfidia que Hernán Cortés y el resto de los conquistadores españoles del continente mostraron con profusión. Todo lleva a pensar, acota Laurette Sejourne, “que para los autóctonos era inadmisible un ataque sin previa declaración de guerra y la manera como dejan perder invariablemente todas las buenas ocasiones de deshacerse de sus agresores obliga a pensar que la traición fue un arma más eficaz todavía que el arcabuz o que el cañón” [3].
Pero el fondo de saqueo, opresión y negación de los indios y sus congéneres (los negros y mestizos), como ocurre siempre en todo estado opresor, se pretendió ocultar o florear con mentiras de toda laya, incluyendo acá las que pregonaron en nombre de Dios la mayoría de los misioneros religiosos y leguleyadas monstruosas como el requerimiento de Palacios Rubio, que “fue el primer texto legal que intentó justificar la guerra contra el indígena”, y cuya aplicación en la práctica daba lugar a todo tipo de sucesos y abusos de parte de los conquistadores: la mayoría de las veces no hubo traductor del documento, de modo que los indígenas no podían comprenderlo en modo alguno; se leía sin el propósito de que se le prestara atención; hubo ocasiones en que se leyó a varios kilómetros de la aldea que el conquistador deseaba tomar; en otros momentos, antes de que pudiera traducirse, el indígena atacaba de inmediato. Se registraron, asimismo, situaciones en que el conquistador no sabía qué responder. “No faltaba el aborigen listo que preguntaba por ese Papa que donaba unas tierras que no eran suyas, o comentarios como que muy bien […] lo de un solo Dios […] pero que el Papa debía estar borracho cuando entregaba lo que no era suyo, y que el Rey más loco por aceptar lo del borracho…” [4].
Los tres siglos de dominio colonial negaron a los indios en todos los órdenes. En España hasta se discutió si los mismos poseían o no alma. Pero en esa discusión, que tuvo como protagonistas principales a Bartolomé de la Casas (defensor del indio) y a Juan Ginés de Sepúlveda (que lo negaba como persona), no se debe soslayar que, en los hechos, los dos enfoques justificaban el dominio castellano. De por medio estaban no solo los “escrúpulos de conciencia de los Reyes”, sino también “la necesidad de justificación (fundamentalmente ante las demás monarquías autoritarias de Europa Occidental) de un hecho que de ninguna manera se va a alterar, que es la colonización de América” [5]. Por ello, aún cuando dicha discusión de 1550-1551 terminó en lo formal afirmando al indio como ser humano, la opresión y el trato desalmado contra él siguieron su curso, aunque, por meras conveniencias imperiales, de antemano atemperados o disimulados a partir de la promulgación de las Nuevas leyes de Indias en 1542.
La Colonia no respetó jamás los bienes de las comunidades indígenas. Y aunque en principio el Estado admitía un reparto de tierras que no estuvieran cultivadas por ellas, en los hechos, tanto la encomienda como el repartimiento se constituyeron, desde un inicio, a su costa, lo que persistió a lo largo de toda la época colonial. Después de la independencia la destrucción de las tierras comunitarias no hizo más que acelerarse [6].
Pero si los indios, mestizos y negros no se beneficiaron del colonialismo, éste tampoco se tradujo en progreso sostenido para los territorios americanos que estuvieron bajo su sometimiento. En esa época, la agricultura y la ganadería fueron las actividades fundamentales. Los cambios registrados en relación con la época precolombina fueron muy pocos y, en la agricultura, no alteraron radicalmente los sistemas de producción. En el cultivo del maíz y los frijoles se concentraba la mayor parte del tiempo destinado a la actividad laboral. El añil y el jiquilite se producían con fines de exportación; la introducción del ganado mayor y menor fue el aporte económico más notable de la colonización española: bovino, ovino, caprino, caballar, muladar. Se introdujeron, igualmente, las aves de corral, las gallinas, los patos, los gansos, los perros y los gatos [7].
A propósito del atraso en que España colocó a los territorios bajo sus dominios, conviene traer a colación lo que expresara José Carlos Mariátegui al respecto: el imperio español reposaba sobre bases militares y políticas; representaba sobre todo una economía superada. “España no podía abastecer a sus colonias sino de eclesiásticos, doctores y nobles. Sus colonias sentían apetencia de cosas más prácticas y necesidad de instrumentos más nuevos. Y, en consecuencia, se volvían hacia Inglaterra, cuyos industriales y cuyos banqueros colonizadores de nuevo tipo querían, a su turno, enseñorearse en estos mercados…”. Propiamente, la debilidad del imperio español radicó en su “carácter y estructura de empresa militar y eclesiástica más que política y económica” [8].
Fin del dominio colonial, no de todo dominio externo e interno sobre el continente
Las insalvables contradicciones del colonialismo condujeron a la independencia de todos los territorios americanos sobre los cuales recayó su dominio. Y aunque la independencia fue real, también lo fue el que, con ella, a pesar de lo que intencionadamente se ha sostenido hasta la fecha, no se inauguró una era que volviera a los pueblos del continente libres, soberanos e independientes. En cambio, los sectores más pudientes de entre los criollos hicieron realidad su vieja meta, atesorada a lo largo del dominio colonial, de instaurar su propia patria, dejando así de compartir con España al indio, sus tierras y riquezas [9]. Significa que esa patria le fue negada al indio y a sus compañeros de infortunio: el negro y el mestizo. Llegó a su fin el dominio colonial, pero la colonización interna, la del dominio oligárquico, lo reemplazó.
Así se comprende que la colonización interna se tornara, más temprano que tarde, modo de expresión del neocolonialismo externo, ejercido por una u otra potencia capitalista. De esta suerte, los poderes criollos se volvieron por doquier intermediarios del dominio externo que, por lo regular, no se presentó como dominio abierto. Más aún, al contrario del colonialismo que declaró sin ambages la supeditación directa del Nuevo Mundo a sus designios, el neocolonialismo se presentó y se presenta como “ayuda”, sin descartar jamás la intervención militar. Esta “ayuda”, por diversos condicionamientos económicos, tecnológicos, culturales, políticos e ideológicos, se ha vuelto para los pueblos del continente americano dominio brutal, metamorfoseado y atemperado gracias, justamente, a la intermediación de los oligarcas criollos.
Veamos lo que sostiene una fuente respecto a la situación imperante en las antiguas colonias de España tras la independencia: “El éxito militar y la independencia político-estatal obtenidos […] son limitados por el fracaso de la revolución social. Las formas feudales de dependencia y, en muchos países, hasta la esclavitud se conservan […] El hecho de no haberse realizado la ruptura social radical con la hipoteca colonial y sus usufructuarios facilita desde entonces que América Latina caiga en dependencia de las grandes potencias capitalistas” [10]. Por otra parte, la clase criolla centroamericana -que se había formado como una fuerza burocrática y mercantil y que, por ende, estaba acostumbrada políticamente a un estilo patrimonial, “careció de una visión de clase y de una dimensión nacional” [11].
El neocolonialismo se impuso sobre la base de dos factores que interactuaron de modo indisoluble: a) el enorme atraso heredado del colonialismo expresado en todos los órdenes, y b) la expansión del mercado capitalista mundial. Justamente, sobre la coincidencia de estos dos factores fue posible que tras el dominio colonial se impusiera el del mercado capitalista mundial.
Conozcamos una muestra clara de cómo comenzó a operar el dominio capitalista foráneo sobre Nicaragua:
A “raíz de la Independencia , el comercio de León y el Realejo pasó a ser controlado por empresarios ingleses, entre quienes se destacan John Foster, Vice-cónsul británico en aquel puerto, Thomas Manning en León, Walter Bridge y Jonás Glenton. Su principal negocio era la exportación de añil y maderas preciosas […] Los comerciantes ingleses prestaban dinero al gobierno nicaragüense a cambio del monopolio del tabaco y de las rentas de las aduanas del Realejo. También gozaban de los derechos exclusivos sobre las importaciones en la costa del Pacífico. Adquirían tierras para cultivar productos de exportación tales como tabaco, añil y algodón. Introdujeron una nueva maquinaria para limpiar, procesar y empacar esta fibra, gracias a la cual incrementaban la producción a la vez que reducían sus gastos. En medio de las tormentas políticas de Nicaragua, estos comerciantes se protegían bajo el paraguas del gobierno británico” [12].
Pero veamos escuetamente qué circunstancias facilitaron el reemplazo de un dominio externo por otro. Tras estar efímeramente sujetas al dominio del imperio mejicano de Agustín Iturbide, de 1822 a 1823, las provincias de Centroamérica, conducidas por fuerzas liberales progresistas, en 1824, se federaron bajo el nombre de Provincias Unidas de Centroamérica. Sin embargo, este esfuerzo unionista se vio torpedeado por la iglesia católica, las fuerzas conservadoras y por Estados Unidos e Inglaterra. Por este torpedeo múltiple, por los localismos prevalecientes y sobre todo por la carencia de una sólida base material que uniera de manera efectiva a Centroamérica, la federación comenzó a disolverse a partir de 1838, año en que Nicaragua se separó de la misma [13].
Igual debemos señalar en qué ha consistido básicamente el interés foráneo por nuestro país. Como es ampliamente conocido, la suerte de Nicaragua ha estado en buena medida determinada por su privilegiada posición geográfica, toda vez que su territorio está bañado por aguas del atlántico y del pacifico y que en él existe una comunicación natural entre el río San Juan y el lago de Nicaragua o Cocibolca, todo lo cual se constituye en base natural para la construcción de un canal interoceánico sobre el mismo. Así, desde muy temprano, Nicaragua se vio disputada por distintos poderes coloniales, primero, y por Estados Unidos e Inglaterra tras la independencia de España.
Imposición del dominio imperial yanqui y surgimiento del Proyecto Sandinista de Nación
Paradójicamente, no fue otro que el régimen burgués-nacionalista de José Santos Zelaya el que abriría a Estados Unidos la posibilidad de acabar con las pretensiones inglesas sobre el potencial canalero del país, al emprender en 1894 lo que fue llamado reincorporación de la Mosquitia -hasta entonces en manos de ingleses- al territorio de Nicaragua. Con todo, el dominio imperialista sobre el país y su potencial canalero sólo hubo de materializarse tras el derrocamiento del régimen de Zelaya (1893-1909) primero y el de José Madriz (1909-1910) después.
La imposición del dominio imperial yanqui sobre Nicaragua se tradujo en restauración del dominio conservador (1909-1929), pero sólo como intermediación del primero. Y, gradualmente, tras la frustración de su proyecto progresista, la burguesía liberal, en adelante, no buscaría otra cosa que tornarse ella misma intermediaria de ese dominio en el país. No fue nada fortuito que, en diciembre de 1928, antes de hacerle entrega formal de la presidencia a José María Moncada, Adolfo Díaz expresara que aunque el Partido Conservador aparecía en ese momento vencido por el Partido Liberal, este último se vio obligado a rectificar, adoptando sus ideales y colocándose, en fin, en un plano esencialmente conservador; siendo así preciso que los liberales reconocieran que, a lo largo de 18 años, los conservadores habían tenido siempre la razón, actuando del único modo en que, según su parecer, era posible hacerlo... [14]
Sobre la base del agotamiento estratégico de la burguesía liberal como fuerza progresista, fenómeno que tuvo su punto culminante el 4 de mayo de 1927 con la firma del Pacto del Espino Negro, aparece en la palestra histórica de Nicaragua el primer proyecto de nación para todos, contrapuesto al de la nación entregada al dominio externo y para pocos, esgrimido por los oligarcas. Hablamos del proyecto que Sandino lanzó y defendió con su lucha antimperialista y antioligárquica, sus sueños e ideales y hasta con su propia vida. El antecedente inmediato de su lucha fue el levantamiento antiimperialista que encabezó el general Benjamín Zeledón en 1912.
Desde su primer manifiesto (el de San Albino de 1927), Sandino sostuvo que su espada no sólo defendería el decoro nacional sino que, además, daría redención al oprimido [15]. Se juntaron así de modo indisociable dos factores de la lucha que, en la historia latinoamericana, frecuentemente, han estado divorciados, como si fuera posible actuar en favor de la soberanía nacional de un país sin que, al mismo tiempo, se libre una lucha decidida por la redención del oprimido. No extraña así que la conjugación de esos aspectos de la lucha provenga siempre, como en Nicaragua, de las fuerzas revolucionarias.
Tras el asesinato de Sandino el 21 de febrero de 1934, la lucha entre la nación enajenada a los designios del imperio yanqui y los oligarcas locales, y la nación para todos, en verdad, libre y soberana, siguió su curso, sólo que con actores diferentes: por un lado, estaba la dictadura somocista (con su complemento disimulado, la oposición burguesa) que garantizaba la fluidez de los lazos de dependencia respecto al imperio yanqui sin hacer necesaria, como plantea Jaime Wheelock Román, una abierta intervención militar yanqui sobre el país [16]; por el otro, un pueblo que tras la muerte del héroe, aunque quedó temporalmente huérfano en el plano de la conducción revolucionaria de su lucha, se fue paulatinamente divorciando de la tutela de la oposición burguesa, la cual manipulaba su lucha y terminaba siempre pactando con el somocismo. Este proceso de segregación entre lucha popular y su tutela por la oposición burguesa se inició el 21 de septiembre de 1956, cuando el patriota Rigoberto López Pérez ajustició, en León, al tirano Anastasio Somoza Debayle; y culminó en 1963, con el surgimiento del FSLN que vio en la lucha armada la vía por excelencia para derrocar a la dictadura militar somocista. Al respecto, Carlos Fonseca Amador anotaba en 1960:
"…las condiciones peculiares de la realidad nicaragüense llevan al convencimiento de que la lucha legal del pueblo no puede conducir a la victoria […] la dictadura somocista es un régimen de fuerza y no de ley. Quienes controlan la dictadura son los que controlan la Guardia Nacional. Es absurdo por consiguiente que el pueblo levante la ley contra la fuerza, el código contra la bayoneta" [17].
Con el surgimiento del FSLN, la crisis del régimen somocista se fue profundizando día a día hasta tornarse irreversible, desembocando finalmente en un gran triunfo popular el 19 de julio de 1979.
El proyecto de nación para todos y sus enemigos actuales
La nación para todos comenzó de esta suerte a materializarse. Así las cosas, de 1979 a 1990, un proyecto revolucionario, convertido en poder estatal, se desenvolvió en Nicaragua. Y la reacción de la derecha interna y externa no se hizo esperar: el imperio yanqui organizó, financió y armó hasta los dientes a las fuerzas de la contrarrevolución. Por si fuera poco, los territorios vecinos de Nicaragua (Honduras por el norte y Costa Rica por el sur), gobernados por regímenes prointervencionistas, se utilizaron ampliamente como refugios y centros de abastecimiento de las fuerzas de la contrarrevolución. La Revolución Popular Sandinista se vio así acosada local e internacionalmente; contra ella se libró una guerra mercenaria que la empujó a establecer al Servicio Militar Patriótico (SMP) y a distraer buena parte de su presupuesto en función de la defensa del país, lo cual la desgastó severamente. Ello habría de convertirse en factor determinante de la derrota electoral del FSLN en 1990.
A lo anterior hay que añadirle la perversa actitud de la jerarquía católica para actuar, abierta o solapadamente, en contra del proceso revolucionario. Para legitimar las acciones criminales de la contrarrevolución armada, esa fuerza eclesiástica fue capaz de “argumentar”, por ejemplo, que era preferible la muerte del cuerpo que la del espíritu. Tal ha sido el comportamiento habitual del catolicismo local cada vez que el país lo han gobernado fuerzas progresistas. Así actuó en contra del Zelayismo, llamando a los fieles desde los púlpitos de las iglesias a desobedecerle [18]. Igual ocurrió contra el proyecto unionista centroamericano que encabezó Francisco Morazán; entonces la Iglesia se valió de supercherías, milagros, castigos del cielo, anatemas, procurando con ello “atraer sobre los amigos de la independencia la execración de los pueblos crédulos” [19]. Y así está ocurriendo ahora que el FSLN, después de retomar la conducción de la nación a partir del 2007, está empeñado en llevar la revolución hasta sus últimas consecuencias.
En relación con el comportamiento de la iglesia católica, la derecha laica esgrime un doble discurso: cuando la primera se pone de su parte la estima apolítica, ceñida al Evangelio, a la palabra de Dios; cuando la ve aportando a la unidad de los nicaragüenses, a la necesidad de construir un proyecto de nación que abrace una opción preferencial por los pobres, la acusa de politizada.
La moral amoral de la derecha internacional y local
Como lo expresa el periodista William Grigsby Vado [20], el problema actual del país no guarda relación alguna con las recién pasadas elecciones municipales; tiene que ver con esa vieja lucha por el poder entre los proyectos de nación que, rato ha, se vienen enfrentando en Nicaragua. La reacción de la derecha local en contra del supuesto fraude electoral que le achaca al Gobierno Sandinista, exigiendo un recuento nacional de votos o la anulación de las elecciones municipales, pone de relieve que su propósito real no es otro que la recuperación total del poder estatal para restablecer sus intereses y los del imperio y, así, mantener su enriquecimiento incesante a costa de la opresión al pueblo nicaragüense y, a la par, convertir nuevamente al país en una base de operaciones para agredir y dividir a pueblos hermanos.
Nada resulta, pues, más “natural” que el imperio, a través de sus procónsules, le exija al Gobierno Sandinista exactamente lo mismo que la derecha criolla, so pena de retirarle todo tipo de “ayuda” financiera. En el mismo orden, el Parlamento Europeo, con la doble moral que suele caracterizarlo, irrespeta flagrantemente la "democracia" que tanto le receta al mundo, al aprobar, con tan sólo 58 de sus 785 diputados, una resolución que impone condiciones a la Nicaragua Sandinista [21].
Los padrinos de la derecha local en todas sus variantes, Estados Unidos, la Unión Europea , la OEA y otras instancias internacionales que responden a estos intereses, jamás se expresaron contra el régimen somocista, una abierta dictadura militar sanguinaria y entreguista, de fondo, añorada hoy por la oposición al Sandinismo. Más aún, como acusó Pedro Joaquín Chamorro, la política interventora de EEUU, durante los años treinta del siglo XX, no sólo prohijó hijastros como Somoza y Trujillo, sino que además aplicó luego una política de no intervención consistente en brindarles su apoyo incondicional, lo que igual se traducía en intervención [22].
En los años noventa del siglo XX y en los primeros seis años del XXI, tampoco se preocuparon por la existencia de gobiernos corruptos hasta los tuétanos que asaltaron el presupuesto y los bienes públicos del país y aplicaron despiadadamente las recetas fondomonetaristas que arrebataron a la nación explotada gran parte de las conquistas que la Revolución Sandinista puso en sus manos. Por el contrario, promovieron la entrega de la propiedad estatal y social en manos de capitales extranjeros y locales; aplaudieron a Nicaragua por haberse sometido entonces a las recetas del FMI que la transformaron, no por casualidad, en el segundo país más pobre del continente americano; aplaudieron igualmente el envío de tropas nacionales a Iraq para colocarlas bajo la subordinación de los genocidas fuerzas invasores yanqui-europeos que ocupan esta nación árabe.
Estas mismas fuerzas que se dicen amantes de la democracia, no tienen empacho alguno en declarar al narcoestado que encabeza en Colombia Álvaro Uribe, un ejemplo de democracia en América Latina, mientras, por otro lado, enlistan a las patrióticas FARC entre las fuerzas “terroristas” del orbe. En el mismo orden, EEUU y la Unión Europea , ante los recientes ataques criminales de Israel contra Gaza, se limitan a condenar el "terrorismo" de Hamas, confundiendo a propósito al invasor (Israel y su aparato militar) con el invadido (Hamas y Gaza) [23].
Europa ¿no ha sido acaso cómplice de los vuelos secretos de la CIA en su propio territorio? Y las transnacionales del Primer Mundo ¿no siguen practicando un saqueo que continua carcomiendo cualquier posibilidad real de desarrollo al Tercer Mundo? ¿No se valen estas transnacionales de los medios más abyectos para seguir extendiendo sus tentáculos de dominio a las naciones tercermundistas? ¿No han, acaso, destruido la unidad e integridad territorial de países como Yugoslavia? ¿No pretenden hacer lo suyo, por ejemplo, con Rusia, China, Bolivia y Ecuador? ¿Acaso respetan la voluntad del pueblo venezolano de construir el socialismo sobre su territorio?
¿No son las mismas que desobedecen los mandatos de la Asamblea General de Naciones Unidas para prevenir las guerras antes que desatarlas? ¿No amenazan con la destrucción atómica a Rusia, China, Irán, Cuba y otros rincones del planeta? ¿No tienen, tal vez, nada que ver con el consumismo y el productivismo irracionales que están provocando el envenenamiento de los mares y continentes, el calentamiento global que causa el descongelamiento de los polos, el arralamiento cada vez mayor de la capa de ozono y la desertificación de cada vez más territorios del planeta? ¿Será que están libres de toda responsabilidad por las profundísimas cadenas de crisis que hay agobian como nunca a los pueblos del mundo, como la suba irracional del precio de los alimentos y el pavoroso agotamiento del petróleo? ¿Son o no las mismas fuerzas que han asentado su progreso y bienestar material en el intercambio desigual; las que han creado paraísos fiscales en los que lavan a sus anchas las ganancias que obtienen por medio del comercio ilícito; las que subsidian a sus productores a la par que le prohíben al Tercer Mundo proceder de igual forma con los suyos?
¿Con qué moral hablan entonces las fuerzas más sucias, dictatoriales y genocidas que la historia humana ha registrado en contra de un gobierno soberano como el de Nicaragua? Y la derecha local con sus autoproclamada sociedad civil, sus ONG financiados por la CIA y sus nuevos reclutas como el MRS ¿son o no réplicas entreguistas limitadas a rendir pleitesía al orden que el imperio yanqui-europeo le quiere imponer a sangre, fuego y hambre a los pueblos del mundo?
¿Quién que se precio en verdad digno y confíe en la fuerza conjunta de los pueblos para vencer las acechanzas externas, puede tomar en serio las críticas imperiales, las de sus medios y las de sus cipayos en todo el mundo contra los procesos de transformación revolucionaria e integración que se desenvuelven en América Latina?
Hoy más que en ningún otro momento histórico, es perentorio colocar a Nicaragua y a su pueblo ante una perspectiva no sólo revolucionaria que le permita alcanzar su segunda y definitiva independencia, sino también insertarlos en un proyecto democrático, popular y revolucionario mucho mayor, que sólo pueden ser la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA) y otros esfuerzos de integración latinoamericana y caribeña que hoy marchan con paso firme hacia el futuro, pese a los múltiples peligros que los asechan.
Notas:
[1] Pablo Richard. “Crítica de la Hermenéutica Occidental : Hacia una Hermenéutica del Espíritu”. Corporación Cristiana Anabaptista “Puerta del Rebaño”. http://www.puertachile.cl/
[2]. Libro de Chilam Balam de Chumayel, fines del siglo XVII citado por: Stanley J. y Bárbara H. Stein. La Herencia Colonial de América Latina. Siglo Veintiuno Editores, S.A., México, 1980, capítulo II, p. 34.
[3]. Sejourne, Laurette. América Latina. I Antiguas culturas precolombinas. Historia Universal Siglo XXI. 1973. pp. 46-47.
[4]. El Requerimiento (1513). http://www.gabrielbernat.es/
[5]. Wikipedia. Junta de Valladolid. http://es.wikipedia.org/wiki/
[6]. Wittman, Tibor; Corvina Kiadó. Historia de América Latina. Imprenta Athenaeum. Hungría 1980. p. 99.
[7]. Romero Vargas, Germán; Solórzano, Flor de Oro. Persistencia indígena en Nicaragua. CIDCA-UCA, 1992. pp. 20, 22-23.
[8]. Mariátegui, José Carlos. 7 Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana. Biblioteca "Amauta", Lima Perú. 1978. pp. 18. y 14.
[9]. Consúltese al respecto: Martínez Peláez, Severo. La Patria del Criollo. EDUCA, 1975
[10]. Historia de los tiempos Modernos (1789-1917/1918). Cuaderno IV. Universidad Wilhelm Pieck. Rostock, RDA. 1986. Traducción e impresión provisionales. p. 114.
[11]. Torres-Rivas, Edelberto. “Notas sobre las clases y el Estado en Centroamérica”. En: La Inversión Extranjera en Centroamérica. EDUCA, Centroamérica. Tercera edición, 1974. p. 242.
[12]. Burns, Bradford E. Nicaragua: Surgimiento del Estado-Nación 1798-1856.. Instituto de Historia de Nicaragua. Talleres de Historia. Cuaderno Nº 5. Managua, Nicaragua, 1993. p. 22.
[13]. “Las cinco provincias, con límites imprecisos pero aisladas entre sí, no pudieron mantenerse dentro de un pacto federal sin poseer la base económica indispensable para sustentarlo”. Torres Rivas, Edelberto. Interpretación del desarrollo Social Centroamericano. EDUCA, 1981. p. 41.
[14]. Cuadra Pasos. Carlos. Historia de medio siglo. Ediciones el pez y la serpiente. 1964. pp. 157-158.
[15]. Sandino Augusto César: El Pensamiento Vivo. Tomo I. Editorial Nueva Nicaragua, Managua 1989. p. 119
[16]. Wheelock Román, Jaime. Nicaragua: Imperialismo y Dictadura. Editorial de ciencias sociales. Ciudad de La Habana , 1980. p. 125.
[17]. Fonseca, Carlos Obras. Bajo las Banderas del Sandinismo. Tomo I. Editorial Nueva Nicaragua, Managua 1982. p. 28.
[18]. Morales Urbina, Enrique. “El liberalismo de Zelaya y la Iglesia católica”. Boletín Nicaragüense de Bibliografía y Documentación. Biblioteca "Armando Joya Guillén", Banco Central de Nicaragua. Mayo. Julio 1987. p. 34.
[19]. Amaya amador, Ramón. “Prólogo a la segunda edición de los Brujos de Llamatepeque”. http://www.geocities.com/
[20]. William Grigsby Vado. EDITORIAL del noticiero "SOMOS NOTICIA". http://www.radiolaprimerisima.
[21]. TROPIQUE. “UE: democracia de la doble moral y de la hipocresía”. 18 de diciembre 2008.
[22]. Chamorro Cardenal, Pedro Joaquín. Estirpe Sangrienta: Los Somoza. Quinta Edición, la Prensa , Managua, 2001. p. 248.
[23]. EEUU y la Unión Europea no condenan la masacre militar de Israel sino al "terrorismo" de Hamas. 27 de diciembre de 2008. http://www.iarnoticias.com/
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