Fuente: Proceso
Las campañas presidenciales en curso en Estados Unidos confirman que el
sistema político estadunidense no debe fungir como modelo de referencia
para nadie. Allá no existe el voto directo para elegir presidente de la
República y los dólares cuentan más que los ciudadanos. El bipartidismo
institucionalizado y la interminable reelección legislativa
imposibilitan debates verdaderos sobre asuntos cruciales, como la
desigualdad, el racismo y la corrupción. Tampoco existen organismos
autónomos o tribunales electorales que organicen y califiquen las
elecciones.
Las elecciones de 2012 están destinadas a ser las más caras en la
historia de Estados Unidos. De acuerdo con datos de la organización Opensecrets , se estima que una vez concluido
el proceso electoral todos los candidatos y precandidatos juntos (se
encuentra en disputa no sólo la Presidencia, sino además una tercera
parte del Senado y toda la Cámara de Representantes) habrán gastado casi
6 mil millones de dólares (casi 80 mil millones de pesos) en sus
campañas.
Por sí solo Barack Obama ya ha recaudado casi 500
millones de dólares (unos 6 mil 500 millones de pesos), y en estos
últimos días Mitt Romney está rápidamente cerrando la brecha. El pasado
martes el candidato republicano erogó en un solo día la friolera
cantidad de 13.6 millones de dólares para una sola semana de anuncios
televisivos en apenas nueve estados del país.
En los hechos no
existe un tope para el gasto de los candidatos presidenciales en Estados
Unidos. Solamente hay un límite en caso de que el candidato
correspondiente acepte financiamiento público para su campaña. Pero
desde 2008 Obama se negó a recibir este apoyo para poder recaudar
libremente y gastar sin límite alguno. En 2012, ambos candidatos han
repetido esa estrategia.
En 2010, la Suprema Corte de Estados
Unidos “liberó” aún más el financiamiento privado con su controvertida
decisión en el caso de Citizens United. Con esta resolución los
ministros defendieron el “derecho a la libertad de expresión” de las
empresas y las corporaciones, equiparándolas con personas físicas, lo
cual redujo al mínimo los controles sobre sus contribuciones a las
campañas políticas. Ello ha generado un importante aumento en el flujo
de dinero privado y, aún más grave, una drástica reducción en la
transparencia de esas contribuciones. Hoy, casi la mitad de los gastos
electorales provienen de los llamados Super PACs, que no tienen
obligación alguna de identificar sus fuentes de financiamiento, de
acuerdo con Open Secrets.
En Estados Unidos, entonces, es
simplemente imposible ganar una elección presidencial sin un enorme
patrocinio privado. El resultado es que ningún candidato puede
permitirse el lujo de cuestionar la estructura de poder económico o de
representar a los pobres o los marginados. Las diferencias entre los
candidatos se reducen a pleitos entre distintas redes de potentados. Por
ejemplo, en el actual proceso electoral, que tendrá su desenlace el
próximo 6 de noviembre, Romney ha recibido el apoyo de los sectores
financiero y energético, y Obama, de las telecomunicaciones y de los
despachos de abogados corporativos.
Aparte del factor dinero, el
geográfico también reduce drásticamente el alcance de la democracia
estadunidense. Dado que no existe el voto directo en las elecciones
presidenciales, no gana el candidato que reciba más votos, sino el que
conquiste una mayor cantidad de “electores” estatales. En el año 2000,
por ejemplo, Al Gore recibió más votos que George W. Bush, pero perdió
la elección presidencial porque los estados ganados por Bush tenían más
“electores” que los obtenidos por Gore.
El resultado es que los
candidatos deben ignorar a más de tres cuartas partes del electorado.
Hoy, Obama y Romney concentran sus esfuerzos exclusivamente en los nueve
estados “indecisos” (swing states) (Colorado, Florida, Iowa, Nevada,
Nueva Hampshire, Carolina del Norte, Ohio, Virginia y Wisconsin), de los
50 que conforman el país. En cada uno de ellos el premio es grande, ya
que los “electores” correspondientes se entregan en su totalidad al
candidato ganador en el estado, sin “elector” alguno para el candidato
que haya llegado en segundo lugar.
Mientras, la campaña
presidencial es casi inexistente en los otros 41 estados donde ya existe
una preferencia sólida para uno u otro candidato. Seguros de su
victoria, o de la victoria de su contrincante, simplemente no tiene
sentido invertir recursos en esas demarcaciones, donde ya está definido
por quiénes votarán los “electores” correspondientes.
El resultado
es que la vasta mayoría de los ciudadanos estadunidenses son reducidos a
simples espectadores de la elección presidencial. Carecen de relevancia
para los candidatos las opiniones y los votos de quienes no tienen
dinero para contribuir a sus campañas, y de los habitantes de los
estados dominados por un partido.
No es casualidad entonces que
los debates presidenciales en Estados Unidos parezcan más talk shows que
verdaderos intercambios de ideas y propuestas, y que los candidatos en
campaña se comporten más como vendedores de coches usados que como
estadistas. Los debates de candidatos presidenciales, por ejemplo, son
organizados por una agrupación que dirigen dos expresidentes de los
partidos Demócrata y Republicano y que financia principalmente la
empresa cervecera Anheuser Busch. La Comisión Federal Electoral de
Estados Unidos tampoco cuenta con autonomía alguna de los dos
principales partidos políticos.
El marco jurídico en materia
electoral en México es infinitamente mejor que el de Estados Unidos.
Contamos con todas las herramientas necesarias para evitar la
compraventa de los cargos políticos, mientras en Estados Unidos el
negocio de la democracia está institucionalizado y legalizado.
Por
ello es doblemente doloroso el incumplimiento de nuestras autoridades
electorales. Teniendo todo para ser un ejemplo a nivel internacional,
los consejeros y los magistrados desprestigian nuestro sistema con su
inacción y complicidad con los poderes fácticos y los corruptos. En
lugar de seguir la trágica puesta en escena del sistema político de
Estados Unidos, es urgente dignificar y defender las instituciones que
hemos construido entre todos.
.John Ackerman
No hay comentarios:
Publicar un comentario