Los iraquíes exigen el fin de la ocupación y el desmantelamiento del régimen sectario
En su cobertura de las protestas en Iraq [1], la revista The Economist publicó un artículo titulado “Ni siquiera una democracia resulta inmune” [2]. El artículo describe Iraq como un país que disfruta de un gobierno electo, pero que a pesar de ello las manifestaciones se generalizan por la incapacidad del gobierno para proveer los servicios básicos. Este artículo no es más que el reflejo de cómo se cubre la información sobre la situación iraquí en los periódicos generalistas. Cuando los medios de comunicación cubren las manifestaciones en Iraq éstas solo se muestran como reivindicaciones contra la incapacidad del gobierno para proveer electricidad, seguridad y servicios a la ciudadanía. Esta imagen deforma la verdad esencial de lo que está ocurriendo en Iraq y sus protestas. Las exigencias imperativas de los iraquíes son la retirada inmediata de las tropas estadounidenses de ocupación de Iraq y que caiga el régimen basado en cuotas sectarias.
El discurso predominante
El discurso de The Economist defendiendo la existencia de democracia en Iraq es coherente con la cobertura informativa que realiza esa revista sobre Oriente Próximo, la cual refleja el discurso predominante de instaurar la democracia que defendieron y defienden los gobiernos estadounidenses como argumento para la invasión y su permanencia en Iraq. También según The Economist, desde 2003 Iraq tiene democracia y, es más, es un caso excepcional en la región, pues las manifestaciones y protestas de los iraquíes ¡son una expresión de esta democracia!
El discurso de la democracia omite la existencia de tropas ocupantes extranjeras en Iraq durante los últimos ocho años, con todo lo que ello ha supuesto de número de muertes y terrorismo contra civiles, además del latrocinio y el saqueo del país. Por todo esto, la situación de Iraq es distinta a la del resto de la zona. Iraq es un país ocupado desde hace ocho años, años precedidos de décadas de dictadura, guerras y un embargo impuesto por Naciones Unidas al dictado de Estados Unidos y Reino Unido.
Este discurso de que en Iraq hay un régimen democrático y el hecho de que no se mencione la ocupación exculpa al gobierno estadounidense de toda responsabilidad sobre la destrucción de Iraq, al tiempo que considera que vivir bajo ocupación es un hecho normal que ni siquiera merece ser mencionado.
Tras las protestas en Egipto que acabaron con el presidente Hosni Mubarak, comenzaron las convocatorias de manifestaciones en distintas ciudades iraquíes. El día 25 de febrero se convirtió en “El día de la rabia iraquí” y la plaza Tahrir de Bagdad en su punto neurálgico, el lugar donde se producen concentraciones y protestas a diario.
Estas protestas han aumentado la distancia entre el pueblo iraquí y su gobierno, así como su determinación de llevar a cabo una revolución contra un régimen corrupto (tanto en el Kurdistán iraquí como en el resto del país) que pretende que las tropas estadounidenses permanezcan en el país. Poca gente esperaba en un principio que la gente saliera a la calle a manifestarse, al igual que hiciera el pueblo egipcio y el tunecino. El origen de esta impresión negativa de que en Iraq es imposible desarrollar ningún tipo de trabajo político de masas está en la falta de confianza en que los iraquíes sean capaces de crear un espacio público conjunto dada la situación actual de reparto étnico-confesional, del control de las ciudades por parte de las milicias y de los partidos confesionales y la sectarización del proceso político.
Iraq, escenario de una disputa entre potencias
Las revoluciones árabes de Egipto y Túnez han sido espontáneas y en su comienzo no hubo ninguna fuerza exterior involucrada. Al principio, por ejemplo, los egipcios se enfrentaron simplemente al régimen egipcio hasta que entró en escena una contrarrevolución liderada por Estados Unidos y Arabia Saudí. Esta situación no es la que han vivido los iraquíes. El punto de partida de los iraquíes ha sido complicado pues se hallan en el núcleo de una partida política internacional. Iraq es escenario de una disputa entre distintas potencias, pero sobre todo entre Estados Unidos, Irán y Arabia Saudí. De ahí que el levantamiento popular iraquí haya tenido que hacer frente desde el principio a los “intereses internacionales”.
Tras la gran protesta de la plaza Tahrir de Bagdad del 25 de febrero, las manifestaciones masivas se han generalizado por todas las ciudades iraquíes, incluido el Kurdistán. La razón de la importancia de las manifestaciones en el Kurdistán iraquí se debe a que los kurdos están en la misma situación que el resto de iraquíes: padecen la falta de servicios, el desempleo, el derroche, la corrupción y el nepotismo. Las manifestaciones que se han producido en las ciudades kurdas ponen al descubierto la falacia del éxito del Kurdistán. Los dos partidos kurdos gobernantes [UPK y PDK], al igual que las autoridades de Bagdad, no se preocupan de las necesidades del pueblo ni tienen reparos en utilizar la fuerza indiscriminada contra los manifestantes. El Kurdistán siempre ha vendido que es un oasis de democracia, que es el único lugar de Iraq en el que se puede vivir de una forma normal, contrariamente a lo que sucede en el resto de regiones árabes de Iraq, que siempre aparecen como si nunca fuesen a estar preparadas para la democracia. Sin embargo, las demandas de los manifestantes allí y la violencia usada contra ellos es un reflejo de la miserable situación que vive Iraq. El Kurdistán ha vuelto a formar parte de Iraq, a pesar de su diferencia étnica, porque, en general, los kurdos se enfrentan a las mismas dificultades diarias que el resto de iraquíes que viven en otras zonas del país, iraquíes que viven bajo la misericordia de las milicias y los partidos [3].
A pesar de la importancia de estas protestas, el camino que se abre ante los iraquíes es más que complicado. Quizá los acontecimientos de Bahréin de los dos meses pasados (marcados por la intervención de las fuerzas saudíes para apoyar a las autoridades bahreiníes en la represión de su pueblo, con el beneplácito estadounidense) sea una muestra de la dificultad de conseguir algún cambio real. Bahréin es un caso en miniatura y más tosco que Iraq. Con solo echar un vistazo rápido a la historia de Iraq durante las últimas cuatro décadas se ve claramente el papel que han jugado los intereses internacionales en su evolución política. Por ejemplo, la injerencia estadounidense en Iraq se remonta a la época del primer presidente, Abdelkarim Qasim. El miedo del gobierno estadounidense de que la fuerza de los comunistas iraquíes creciese en el país les impulsó a apoyar al partido Baaz a hacerse con el poder en la década de los sesenta del siglo pasado. Tras la revolución islámica en Irán Iraq se volvió más importante para EEUU, los gobiernos occidentales y los países del Golfo. Apoyaron a Iraq durante la guerra irano-iraquí, sin importarles la represión que sufría el pueblo. No les preocupó tampoco destruir las infraestructuras del país, matar civiles, contaminar su medioambiente con uranio empobrecido y bombardearlo masivamente durante la guerra de 1991 y los bombardeos llevados a cabo en los noventa dentro de un plan premeditado que acabaría en la brutal ocupación de 2003 y la instauración de un gobierno basado en cuotas sectarias, para lo que Estados Unidos y sus aliados se refugiaron en mentiras y en el discurso de instaurar la democracia. Por su puesto, los iraquíes no consiguieron más que una sangrienta ocupación, violencia sectaria, muerte, corrupción y la casi total desaparición de los servicios públicos.
Conseguir un trabajo o realizar cualquier labor diaria, tanto en el Kurdistán como en el resto de Iraq, está ligado a la pertenencia personal a un partido o milicia determinada, mientras no hay nadie que ponga freno a las acciones terroristas que, contra el pueblo iraquí, comenten las fuerzas extranjeras, las empresas de seguridad y los partidos locales que llegaron con ellas.
Desde 2003 Iraq se ha convertido en el escenario de una guerra abierta entre fuerzas internas y externas. Mientras el gobierno estadounidense estaba preocupado por los contratos de petróleo, en buscar una justificación para la guerra y en llevar a cabo su plan para cambiar la región, Irán, Arabia Saudí y Siria se introdujeron en Iraq para defender sus intereses e intentar que Iraq no fuese cooptado por la órbita de un país enemigo. Dado que todas las fuerzas políticas en Iraq dependen de una potencia exterior obsesionada por robar las riquezas del país es el pueblo iraquí quien paga el precio.
El ejemplo de Túnez y Egipto
A pesar de que desde 2003 los iraquíes se han manifestado contra el deterioro de la situación, no cabe duda de que lo sucedido en Egipto y Túnez les ha dado más fuerza para salir a la calle a manifestarse para exigir el fin de la ocupación y sus derechos como ciudadanos. La determinación de los pueblos tunecino y egipcio y la posibilidad de conseguir un cambio es un ejemplo para los iraquíes. Desde el mes de febrero el pueblo iraquí reta sin tregua a las autoridades iraquíes que han usado y siguen usando métodos tremendamente violentos para su represión así como detenciones ilegales contra los manifestantes pacíficos y desarmados.
En su lucha diaria el pueblo iraquí, al igual que el bahreiní, tiene que hacer frente a fuerzas locales e internacionales. Al igual que las tropas saudíes han entrado en Bahréin, con el beneplácito estadounidense, para reprimir a los manifestantes, los helicópteros estadounidenses sobrevuelan muy bajo a los manifestantes de la plaza al-Ahrar (Los libres) de Mosul, lanzándoles basura y con los soldados sentados con los pies colgados en un gesto muy ofensivo de pisar la cabeza a los manifestantes. No cabe duda de que este vuelo rasante ayuda a tranquilizar los ánimos en Bagdad y el Kurdistán: si las autoridades locales no son capaces de reprimir a los manifestantes ¡las tropas estadounidenses lo harán!
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